-43-
Iracundos y
enloquecidos, los gritos del príncipe Antoine emergieron de los aposentos de
Madeleine, resonando como truenos tempestuosos a lo largo de los corredores de
ambas alas de la primera planta del castillo.
-¡Malnacida!- la mano abierta del futuro monarca restalló
sobre la mejilla izquierda de la muchacha, que sujeta por Thibaut, el custodio
que la había sacado a trompicones del pasadizo, no pudo sino esperar el golpe
con arrestos-. ¿Con quién os hallabais en
vuestro escondrijo?
-Con nadie, creedme amado mío- dijo con gesto
compungido, oculto su orgullo, mientras un hilillo de sangre emergía de la
comisura de sus labios y el sabor del hierro inundaba su boca-, solo paseaba en
un lugar calmo, intentando apaciguar mis nervios antes del enlace.
Liberándola del
aprisionamiento del pubescente caballero, su prometido la atrajo bruscamente
hacia sí, alzó su camisón y tocó su húmedo sexo sin ningún miramiento.
-¿Y acaso ha sido
una inmunda rata quien os ha mojado como a una sucia ramera?- el príncipe se
acercó a ella hasta que las puntas de sus narices chocaron-. Además, vuestro aliento huele a polla- le
susurró con una voz tan gélida, que
capaz habría sido de helar la sangre al más osado guerrero-. ¿Tan cegado y estúpido me creéis?
-Hijo mío, ¿qué
sucede? ¿Por qué esos gritos?- la regente de Lévisoine, con su largo cabello rubio
trenzado a un lado y decenas de cicatrices desfigurando su rostro sin
maquillaje, se detuvo de súbito en mitad de la estancia, con los ojos abiertos
a más no poder, advirtiendo por primera vez que el nulo parecido físico entre su vástago y su esposo, existía, sin embargo,
en el interior de sus enfermas mentes viriles-. Déjala ir Antoine, fruto de mis
entrañas- susurró acercándose hasta
ellos con pausado caminar, intentando no alterar en demasía a su nervioso hijo
de mirada enloquecida, que sujetaba a Madeleine como a punto de hacerla pedazos
con sus fuertes manos-. Debes un respeto a la que mañana será tu mujer- la
reina del norte se detuvo y acarició con todo su amor el musculado brazo de su
fruto, recibiendo como única respuesta
un impetuoso manotazo que la dejara aturdida sobre la alfombra.
Una vez la figura
del herrero se hubiera desvanecidos entre las sombras, del mismo modo que el
aturdimiento causado por la cerveza, Dashiell y Annette echaron a correr hasta
las dependencias reales por calles y plazas infestadas de soldados que
intentaban dar caza al fugitivo.
-¡Príncipe, ya está bien!- exclamó el caballero
haciendo acto de presencia en los aposentos de Madeleine de Mauban, a tiempo de
ver cómo Antoine golpeaba a su madre y
esta caía al suelo como un pelele. Se
agachó y la levantó con dulzura-. ¿Estáis bien, majestad?- ella no dijo nada. Lo
miró sin expresión alguna y dejó que el custodio que en tantas ocasiones la
hubiera ayudado tras incontables palizas
de su marido la llevara hasta su dormitorio.
-¡Soltad a mi
reina!- exigió entonces Annette, con los brazos en jarras ante su futuro rey.
-Si tanto la deseáis,
es vuestra- la empujó contra la doncella y ambas quedaron sumidas en un dilatado
abrazo, en tanto Antoine abandonaba los aposentos con el joven caballero Thibaut
pisando sus talones.