domingo, 3 de noviembre de 2013




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     Iracundos y enloquecidos, los gritos del príncipe Antoine emergieron de los aposentos de Madeleine, resonando como truenos tempestuosos a lo largo de los corredores de ambas alas de la primera planta del castillo.

     -¡Malnacida!-  la mano abierta del futuro monarca restalló sobre la mejilla izquierda de la muchacha, que sujeta por Thibaut, el custodio que la había sacado a trompicones del pasadizo, no pudo sino esperar el golpe con arrestos-. ¿Con quién os hallabais en  vuestro escondrijo?

     -Con nadie, creedme amado mío- dijo con gesto compungido, oculto su orgullo, mientras un hilillo de sangre emergía de la comisura de sus labios y el sabor del hierro inundaba su boca-, solo paseaba en un lugar calmo, intentando apaciguar mis nervios antes del enlace.

     Liberándola del aprisionamiento del pubescente caballero, su prometido la atrajo bruscamente hacia sí,  alzó su camisón y  tocó su húmedo sexo sin ningún miramiento.

     -¿Y acaso ha sido una inmunda rata quien os ha mojado como a una sucia ramera?- el príncipe se acercó a ella hasta que las puntas de sus narices chocaron-.  Además, vuestro aliento huele a polla- le susurró con una voz  tan gélida, que capaz habría sido de helar la sangre al más osado guerrero-.  ¿Tan cegado y estúpido me creéis?

    -Hijo mío, ¿qué sucede? ¿Por qué esos gritos?- la regente de Lévisoine, con su largo cabello rubio trenzado a un lado y decenas de cicatrices desfigurando su rostro sin maquillaje, se detuvo de súbito en mitad de la estancia, con los ojos abiertos a más no poder, advirtiendo por primera vez que el nulo parecido físico entre  su vástago y su esposo, existía, sin embargo, en el interior de sus enfermas mentes viriles-. Déjala ir Antoine, fruto de mis entrañas- susurró  acercándose hasta ellos con pausado caminar, intentando no alterar en demasía a su nervioso hijo de mirada enloquecida, que sujetaba a Madeleine como a punto de hacerla pedazos con sus fuertes manos-. Debes un respeto a la que mañana será tu mujer- la reina del norte se detuvo y acarició con todo su amor el musculado brazo de su fruto, recibiendo como única respuesta  un impetuoso manotazo que la dejara aturdida sobre la alfombra.

 

 

 

 

     Una vez la figura del herrero se hubiera desvanecidos entre las sombras, del mismo modo que el aturdimiento causado por la cerveza, Dashiell y Annette echaron a correr hasta las dependencias reales por calles y plazas infestadas de soldados que intentaban dar caza al fugitivo.

      -¡Príncipe, ya está bien!- exclamó el caballero haciendo acto de presencia en los aposentos de Madeleine de Mauban, a tiempo de ver cómo Antoine golpeaba  a su madre y esta caía al suelo como un pelele.  Se agachó y la levantó con dulzura-. ¿Estáis bien, majestad?- ella no dijo nada. Lo miró sin expresión alguna y dejó que el custodio que en tantas ocasiones la hubiera ayudado  tras incontables palizas de su marido la llevara hasta su dormitorio.

     -¡Soltad a mi reina!- exigió entonces Annette, con los brazos en jarras ante su futuro rey.

     -Si tanto la deseáis, es vuestra- la empujó contra la doncella y ambas quedaron sumidas en un dilatado abrazo, en tanto Antoine abandonaba los aposentos con el joven caballero Thibaut pisando sus talones.