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La tormenta acababa
de estallar con el abrumador retumbar de los truenos sobre sus cabezas, el
repique constante y monótono de las gotas de lluvia sobre el tejado de la
herrería y los pequeños fogonazos que se colaban curiosos por entre las
rendijas de los viejos postigos de madera.
Yannick entrelazó
sus dedos con los de la princesa y la condujo hasta el dormitorio, en tanto en
el hogar, los troncos chisporroteaban con un crepitar delirante al lamer el
fuego sus zonas más húmedas. Situados junto al lecho, él comenzó a desnudarla
sin prisa, con ternura, guardando su ardiente deseo por Madeleine para momento
más propicio. Ya sin ropa, la tomó con suavidad por ambas mejillas, quedando su
rostro entre sus palmas abiertas, al tiempo que con los pulgares rozaba las
comisuras de sus rojos y perfectos labios. Y la besó. La besó sin apenas
tocarla, solo un roce suficiente para sentir escapar el aliento de su boca entreabierta, dejándose ella hacer
mirándolo con la intensidad de un halcón, atrapándolo para siempre en sus pupilas. La
tumbó en la cama, se desnudó el también y se acostó a su lado, acoplándose
ambos cuerpos como hechos a medida, abrazados sin ganas de otra cosa que permanecer
juntos toda la eternidad.
-Marido, alguien
toca a la puerta- susurró su dulce mujer dándole unos ligeros golpecitos en el
hombro para despertarlo con sutileza.
-¿Y a qué esperas
para abrir?- murmuró el hombre con la áspera voz que deja el mal vino.
Ella suspiró
acostumbrada a las contestaciones de su rudo esposo, se agarró la abultada
barriga y salió como pudo de la atestada cama, sintiendo el frío de las
baldosas en sus pies descalzos.
-¿Quién hay?-
preguntó sin alzar la voz, aunque la mayor parte de sus retoños ya se habían
despertado a causa de los aporreos,
sollozando asustado, alguno de ellos, bajo las sábanas.
-Mamá, soy yo.
Abre.
La mujer no se lo
pensó dos veces y abrió la puerta al oír la voz de su primogénita, a la que
creía dormida en su lecho compartido.
-¡Juliette! ¿Qué
ha sucedido?- dijo santiguándose al reconocer al hombre con el que su hija
cargaba a duras penas.