domingo, 2 de junio de 2013




-26-

 

 

     Acabada la jornada, Yannick, sudoroso y agotado, entró en su hogar. Puso a calentar las sobras del almuerzo, encendió un par de velas en la estancia y, uno a uno, cerró los postigos de las ventanas, agradeciendo, tras el sofocante calor producido por la fragua, aquel delicioso frescor que inundaba su humilde morada.                  

     Se sentó a la mesa y se descalzó con la única ayuda de los pies, al tiempo que sacaba la carta con el sello real lacrado del interior de uno de los bolsillos del delantal de cuero. La miró al trasluz.

     De repente, unos sonoros golpes en la puerta lo hicieron levantarse de un salto. Guardó la misiva una vez más y se armó de su fiel espada.

     -¿Quién hay?- preguntó en una exclamación.

     -¡Yannick, ábreme! ¡Soy Juliette!- gritó una voz cantarina y aguda.

     El herrero abrió de golpe, dejando el hierro apoyado en la pared.

     -¿Qué haces aquí?- sacó la cabeza por la abertura de la puerta y la metió en la casa de un empujón- ¿Saben tus padres dónde estás? Es tarde, deben estar preocupados.

     La muchacha, de apenas 15 años, hizo un gesto de despreocupación, mirando hacia abajo y  alisándose las faldas.

     -Seguro que les da igual…- lo miró entonces, con los ojos castaños abiertos como platos-. Necesitaba verte- se abalanzo sobre él, rodeándolo con sus flacos brazos y apoyando una de sus mejillas sobre su pecho.

     -Juliette, no- el hombre miró al techo y resopló exasperado, con los brazos caídos lánguidamente a los laterales del cuerpo, sin querer ni siquiera rozarla. Después la sujetó por los hombros y la separó de él, inclinándose levemente para alcanzar a mirar fijamente sus pupilas-. Hemos hablado muchas veces de esto. Eres una niña- vio que la cara de ella iba transformándose en un gesto de rabia infantil-. Mereces un hombre que pueda darte lo que deseas y sabes que ese no soy yo.

     -¡Pero yo te deseo a ti!- explotó ella, soltándose de sus poderosas manos- ¡Ya no soy una niña! ¿Tanto te cuesta entenderlo?- las lágrimas corrían por sus mejillas como riachuelos incontrolables- ¡Soy una mujer y quiero ser tuya! ¡Solo tuya!- escondió el rostro tras sus palmas.

     Yannick se acercó a la joven con intención de calmarla, pero ella huyó, avergonzada y herida en su orgullo, al no poder contener ni disimular la pena y la rabia que sentía. Él cerró la puerta una vez desapareciera la delgada figura al final del camino, y se apoyó  de espaldas sobre la entrada de madera, suspirando apesadumbrado al verse obligado, por el propio bien de la muchacha, a hacerle aquel intenso daño. Echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos. Un nuevo suspiro escapó de lo más profundo de su ser al recordar a sus pequeños, jugando en la villa con la misma niña que ahora se hacía mujer y confundía sus anhelos.

     Demasiados recuerdos al mirar tan pequeño saco de huesos.

 

 

 

 

 

 

      El cielo rojizo del atardecer quedó oculto tras las copas de los árboles cuando Marie se internó en el bosque, flaqueándole las piernas, girando con movimientos vertiginosos todo a su alrededor. No pensaba con claridad. Ni siquiera lo pretendía. Las ideas se amontonaban en su cerebro abotargado, sin encontrar resquicio por el que salir de aquella cárcel repleta de zumbidos y martilleos que la convertían en una sonámbula, con los brazos alargados para no tropezar en aquel paraje lleno de imprevisibles obstáculos, pero avanzando, no obstante, a un destino conocido y guardado en algún lugar recóndito de su mente.     

     Un agudo pinchazo en sus entrañas la hizo estremecer. La muchacha se detuvo y, encogida, agarró su vientre mientras un cálido chorro de sangre, otro, resbalaba por el interior de sus muslos.  Se irguió. Reanudó la marcha dolorida, fatigada, trastabillando con las raíces, con las piedras cubiertas de hojarasca, pero no se volvió a detener.

     Lejano fue el rumor que hasta ella llegó como un suspiro, y sin embargo, supo que al fin, su camino había concluido. El agua del riachuelo brillaba, ante ella, con los últimos rayos solares del día y se acercó a la orilla deseando sentir el frescor del agua sobre sus labios resecos, en su boca impura, en su piel mancillada y beber hasta  calmar aquella sed anodina que la consumía.

     Se arrodillo en el borde, junto a un remanso. El reflejo borroso de una mujer maltrecha la miró entonces a los ojos. Ladeó Marie la cabeza preguntándose quién sería y la desconocida la imitó, cuestionándose lo mismo, supuso. Alargó la mano hacia la frente herida de la extraña que nada decía, y al hacer aquella lo mismo, chocaron ambas manos, provocando cientos de ondas que dispersaron sobre la superficie la imagen de la otra. Sintió pena al volver a sentirse sola. Oteó el cielo. Casi era de noche y el cansancio se estaba apoderando de ella. Tenía mucho sueño. Se recostó de lado sobre la hierba húmeda y mullida y cerró los ojos, mientras en sus pensamientos brumosos, la imagen de un caballero rubio y apuesto le tendía la mano para ofrecerle el cobijo que siempre se le había negado.