lunes, 18 de noviembre de 2013




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     Un caballero del condado, arqueado su cuerpo hacia delante, irrumpió en la atestada villa de Foix a lomos de su corcel.

     Khalia soltó la cesta de alimentos comprados en el mercado y corrió hasta el soldado cuando ante ella cayera del caballo, gimiendo y echando por nariz y boca espumarajos de sangre que manchaban el ocre polvo del suelo. Se arrodilló junto a él y lo recostó de lado, para que sus propios fluidos no lo ahogasen. Sin embargo, la flecha que alojada en la axila había perforado su pulmón, finalmente lo llevaría a mejor vida.

 

 

 

     Madeleine dejó de respirar mientras seguía el recorrido de la antorcha, cuya llamarada se detuvo ante un hombre ensangrentado que, desmayado y con la cabeza sobre el pecho, colgaba por las muñecas de unas cadenas  que pendían del techo.

     -Ahora que soy el rey y vuestro dueño- Antoine dio tres pasos hacia el preso-, espero que os portéis como una verdadera dama, pues me debéis ese respeto. Y para que lo comprendáis, altiva y orgullosa esposa, os doy como ofrenda a vuestro amante, para que veáis que nada de lo que hagáis a mis espaldas quedará oculto, ni impune- cogió la maraña de cabellos del herrero y levantó la cabeza con brusquedad.

     -¡Loan!- exclamó sorprendida la reina, al ver que no era Yannick, sino el culpable de la muerte de su yegua, a quien habían apresado.

     -Os suponía con mejor gusto- el monarca miró al hombre de arriba abajo, meneando la cabeza de un lado a otro con gesto de desaprobación-. Esperaba encontrar a un hombre apuesto y joven, no a este viejo cochambroso y mellado. ¡Verdugo, despertadlo!- se apartó de él y contempló como el sayón cogía un balde y lanzaba con fuerza su contenido contra el rostro y el pecho del malnacido, que despertó de inmediato, con los abiertos ojos a punto de salírsele de las órbitas.

     -¿Reina?- balbuceó-. ¡Reina! ¡Al fin! Ahora podréis decirles que no soy a quien buscan, que no es sino un error.

     -Sí,  reina, decídmelo. ¿Acaso no es este el  ferrerum faber mencionado por mis espías? ¿Vuestro amado herrero?

     -¿Herrero? Pero yo ya no…-  comenzó a decir Loan, pero la reina lo interrumpió tapando su boca.

     -Amado mío, no digáis nada. Hemos sido descubiertos y debemos pagar por este inmenso pecado y esta ofensa a mi esposo. Yo admito mi culpa y sé que vos lo negaríais hasta el final de los días por salvaguardar mi honor y mi vida y, por ello, eternamente os estaré agradecida.      Mas ahora, debéis demostrar vuestra hombría, la que demostrabais mientras conmigo yacíais, siendo en la muerte, varón como fuisteis en vida.

     Madeleine se apartó de su falso amante y tomó con energía la mano de su rey, como un cordero que vuelve al redil. Antoine hizo un gesto al carnicero y este, con un rápido movimiento, sesgó de un tajo el cuello del prisionero, que murió al instante, sin que le hubieran permitido contar la verdad.

 

 

 

 

     -Bastien, recoge rápido tus cosas, debemos huir- dijo Khalia entrando en la posada y cogiendo uno de sus grandes y exóticos pañuelos, que extendió sobre la mesa del comedor y sobre el que colocó comida y ropas de abrigo.

     -¿Huir? ¿Por qué? ¿A dónde?

     -Nos atacan los cruzados.