miércoles, 8 de enero de 2014



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      -No sois demasiado habladores, ¿verdad?- graznó el obispo Godet a los hombres que lo hubieran atado al árbol, tratando de zafarse de las ligaduras-. ¡Maldita sea! ¡¿Vais a quedaros ahí plantados viendo como muero de frío?!

      -No sería mala idea- apuntó uno de los bandidos, estirándose y sentándose sobre una gran piedra frente a él-. No se me ocurre nada mejor que hacer en este bosque para matar el tiempo.

     -¡Soltadme, os lo advierto!

     -¿Nos lo advertís, anciano?- los dos raptores se miraron divertidos y echaron a reír a carcajadas-. ¿Y puede decirnos mi señor- dijo el que se hubiera sentado, haciendo una burda imitación de una reverencia-, cuán importante sois para que nos decidamos a dejaros en libertad?

     -¡Grandísimos analfabetos!- escupió el prelado furibundo-. ¡Soy el obispo Godet! ¡El obispo de Mauban!

     Aquellas palabras parecieron hacer mella en los hombres, que se alejaron un poco del cautivo y  unieron las cabezas para hablar en voz baja.

     -¿Qué puedes ofrecernos?- dijo instantes después, aproximándose al árbol, quien hasta entonces hubiera hablado.

     -Dejaros con vida.

     -Está bien, viejo- dijo el hombre sacando un puñal de su bota y blandiéndolo ante su rostro-, hablemos en serio- se acuclilló ante él-. Sabemos que no eres sino un cura fugitivo acusado de violar y matar a una joven del reino- deslizó la punta del arma sobre la piel mortecina del preso-. Dinos si hay algo de valor que puedas ofrecernos para dejarte libre, y si no, no nos hagas perder tiempo y acabemos con esto de una vez por todas.

     Godet tragó saliva al sentir la fría hoja del puñal acariciando su cuello, mas no se amedrentó.

     -Soltadme y os ofreceré Mauban.

 

    

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     Las profundidades de la colina de Foix seguían llenándose de humo, haciéndose el aire  irrespirable. Khalia y Bastien dejaron de admirar aquellas pinturas que adornaban gran parte de la sala de alta bóveda, volvieron a empapar en la tinaja los jirones de la falda para taparse nariz y boca y, reptando, tomaron una estrecha galería que ascendía hasta un sifón. Descendieron del mismo y, en otra sala, no tan grande como la primera, dieron con un riachuelo de aguas heladas, cuya corriente siguieron hasta llegar a una abertura por la que el arroyo, en una pequeña  cascada se transformaba.

     -Huiremos cuando anochezca- dijo la muchacha sentándose en un lugar seco.

     Bastien se situó junto a ella, la rodeó con su brazo y la apoyó sobre su pecho para que descansara hasta el momento de partir.

 

 

 

 

     -¡Dashiell!- Annette lo alcanzó por el corredor a pesar de las largas zancadas del caballero-. ¿Dónde vais así de taciturno?

     -A mi dormitorio- bramó él secamente.

     -¡Menudos humos!- ella se hizo la ofendida.

     -Perdonad, doncella, pero no me encuentro de humor- el joven resopló.

     -Quizá os vendría bien hablar con alguien acerca de lo que os reconcome las entrañas- Annette miró hacia ambos lados del pasillo vacío-. Desgraciadamente, no parece haber nadie a quien le importéis demasiado por aquí… excepto yo- le sonrió dulcemente-. Y os anuncio que no se me da nada mal escuchar los problemas ajenos.

     -Está bien- el soldado levantó las manos como dándose por vencido y estiró su brazo por detrás de aquella delicada espalda hasta agarrarle el hombro-. Haré el esfuerzo de hablar con vos, ya que nadie más hay dispuesto a escuchar mis desvaríos.

     -¿Y a qué lugar me lleváis para nuestra profunda conversación?  

     -A mis aposentos- Dashiell la miró divertido, pues ella lo miraba ceñuda-. No es lo que pensáis, claro que… podéis pensarlo, porque quizá, solo quizá, podría suceder algo si vos… Bueno, dejémoslo en;  no penséis en que os llevo para nada sucio. Me conformo con cenar mientras hablamos sentados ante el hogar.