lunes, 22 de julio de 2013

-31-


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      La tormenta acababa de estallar con el abrumador retumbar de los truenos sobre sus cabezas, el repique constante y monótono de las gotas de lluvia sobre el tejado de la herrería y los pequeños fogonazos que se colaban curiosos por entre las rendijas de los viejos postigos de madera.

     Yannick entrelazó sus dedos con los de la princesa y la condujo hasta el dormitorio, en tanto en el hogar, los troncos chisporroteaban con un crepitar delirante al lamer el fuego sus zonas más húmedas. Situados junto al lecho, él comenzó a desnudarla sin prisa, con ternura, guardando su ardiente deseo por Madeleine para momento más propicio. Ya sin ropa, la tomó con suavidad por ambas mejillas, quedando su rostro entre sus palmas abiertas, al tiempo que con los pulgares rozaba las comisuras de sus rojos y perfectos labios. Y la besó. La besó sin apenas tocarla, solo un roce suficiente para sentir escapar el aliento de su  boca entreabierta, dejándose ella hacer mirándolo con la intensidad de un halcón,  atrapándolo para siempre en sus pupilas. La tumbó en la cama, se desnudó el también y se acostó a su lado, acoplándose ambos cuerpos como hechos a medida, abrazados sin ganas de otra cosa que permanecer juntos toda la eternidad.

 

 

 

 

      -Marido, alguien toca a la puerta- susurró su dulce mujer dándole unos ligeros golpecitos en el hombro para despertarlo con sutileza.

     -¿Y a qué esperas para abrir?- murmuró el hombre con la áspera voz que deja el mal vino.

     Ella suspiró acostumbrada a las contestaciones de su rudo esposo, se agarró la abultada barriga y salió como pudo de la atestada cama, sintiendo el frío de las baldosas en sus pies descalzos.

     -¿Quién hay?- preguntó sin alzar la voz, aunque la mayor parte de sus retoños ya se habían despertado a causa de los aporreos,  sollozando asustado, alguno de ellos,  bajo las sábanas.

     -Mamá, soy yo. Abre.

     La mujer no se lo pensó dos veces y abrió la puerta al oír la voz de su primogénita, a la que creía dormida en su lecho compartido.

     -¡Juliette! ¿Qué ha sucedido?- dijo santiguándose al reconocer al hombre con el que su hija cargaba a duras penas.

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