-45-
Un caballero del
condado, arqueado su cuerpo hacia delante, irrumpió en la atestada villa de
Foix a lomos de su corcel.
Khalia soltó la
cesta de alimentos comprados en el mercado y corrió hasta el soldado cuando
ante ella cayera del caballo, gimiendo y echando por nariz y boca espumarajos
de sangre que manchaban el ocre polvo del suelo. Se arrodilló junto a él y lo
recostó de lado, para que sus propios fluidos no lo ahogasen. Sin embargo, la
flecha que alojada en la axila había perforado su pulmón, finalmente lo
llevaría a mejor vida.
Madeleine dejó de
respirar mientras seguía el recorrido de la antorcha, cuya llamarada se detuvo
ante un hombre ensangrentado que, desmayado y con la cabeza sobre el pecho,
colgaba por las muñecas de unas cadenas
que pendían del techo.
-Ahora que soy el
rey y vuestro dueño- Antoine dio tres pasos hacia el preso-, espero que os
portéis como una verdadera dama, pues me debéis ese respeto. Y para que lo
comprendáis, altiva y orgullosa esposa, os doy como ofrenda a vuestro amante,
para que veáis que nada de lo que hagáis a mis espaldas quedará oculto, ni
impune- cogió la maraña de cabellos del herrero y levantó la cabeza con
brusquedad.
-¡Loan!- exclamó sorprendida la reina, al ver que
no era Yannick, sino el culpable de la muerte de su yegua, a quien habían
apresado.
-Os suponía con mejor
gusto- el monarca miró al hombre de arriba abajo, meneando la cabeza de un lado
a otro con gesto de desaprobación-. Esperaba encontrar a un hombre apuesto y
joven, no a este viejo cochambroso y mellado. ¡Verdugo, despertadlo!- se apartó
de él y contempló como el sayón cogía un balde y lanzaba con fuerza su
contenido contra el rostro y el pecho del malnacido, que despertó de inmediato,
con los abiertos ojos a punto de salírsele de las órbitas.
-¿Reina?- balbuceó-. ¡Reina! ¡Al fin! Ahora
podréis decirles que no soy a quien buscan, que no es sino un error.
-Sí, reina, decídmelo. ¿Acaso no es este el ferrerum
faber mencionado por mis espías? ¿Vuestro amado herrero?
-¿Herrero? Pero yo
ya no…- comenzó a decir Loan, pero la
reina lo interrumpió tapando su boca.
-Amado mío, no
digáis nada. Hemos sido descubiertos y debemos pagar por este inmenso pecado y
esta ofensa a mi esposo. Yo admito mi culpa y sé que vos lo negaríais hasta el
final de los días por salvaguardar mi honor y mi vida y, por ello, eternamente
os estaré agradecida. Mas ahora, debéis
demostrar vuestra hombría, la que demostrabais mientras conmigo yacíais, siendo
en la muerte, varón como fuisteis en vida.
Madeleine se
apartó de su falso amante y tomó con energía la mano de su rey, como un cordero
que vuelve al redil. Antoine hizo un gesto al carnicero y este, con un rápido
movimiento, sesgó de un tajo el cuello del prisionero, que murió al instante,
sin que le hubieran permitido contar la verdad.
-Bastien, recoge
rápido tus cosas, debemos huir- dijo Khalia entrando en la posada y cogiendo
uno de sus grandes y exóticos pañuelos, que extendió sobre la mesa del comedor
y sobre el que colocó comida y ropas de abrigo.
-¿Huir? ¿Por qué?
¿A dónde?
-Nos atacan los
cruzados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario