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-No sois demasiado habladores, ¿verdad?-
graznó el obispo Godet a los hombres que lo hubieran atado al árbol, tratando
de zafarse de las ligaduras-. ¡Maldita sea! ¡¿Vais a quedaros ahí plantados
viendo como muero de frío?!
-No sería mala idea- apuntó uno de los
bandidos, estirándose y sentándose sobre una gran piedra frente a él-. No se me
ocurre nada mejor que hacer en este bosque para matar el tiempo.
-¡Soltadme, os lo
advierto!
-¿Nos lo advertís,
anciano?- los dos raptores se miraron divertidos y echaron a reír a carcajadas-.
¿Y puede decirnos mi señor- dijo el que se hubiera sentado, haciendo una burda
imitación de una reverencia-, cuán importante sois para que nos decidamos a dejaros
en libertad?
-¡Grandísimos
analfabetos!- escupió el prelado furibundo-. ¡Soy el obispo Godet! ¡El obispo
de Mauban!
Aquellas palabras
parecieron hacer mella en los hombres, que se alejaron un poco del cautivo
y unieron las cabezas para hablar en voz
baja.
-¿Qué puedes
ofrecernos?- dijo instantes después, aproximándose al árbol, quien hasta
entonces hubiera hablado.
-Dejaros con vida.
-Está bien, viejo-
dijo el hombre sacando un puñal de su bota y blandiéndolo ante su rostro-,
hablemos en serio- se acuclilló ante él-. Sabemos que no eres sino un cura fugitivo
acusado de violar y matar a una joven del reino- deslizó la punta del arma
sobre la piel mortecina del preso-. Dinos si hay algo de valor que puedas
ofrecernos para dejarte libre, y si no, no nos hagas perder tiempo y acabemos
con esto de una vez por todas.
Godet tragó saliva
al sentir la fría hoja del puñal acariciando su cuello, mas no se amedrentó.
-Soltadme y os
ofreceré Mauban.
-
Las profundidades
de la colina de Foix seguían llenándose de humo, haciéndose el aire irrespirable. Khalia y Bastien dejaron de
admirar aquellas pinturas que adornaban gran parte de la sala de alta bóveda,
volvieron a empapar en la tinaja los jirones de la falda para taparse nariz y
boca y, reptando, tomaron una estrecha galería que ascendía hasta un sifón.
Descendieron del mismo y, en otra sala, no tan grande como la primera, dieron
con un riachuelo de aguas heladas, cuya corriente siguieron hasta llegar a una
abertura por la que el arroyo, en una pequeña
cascada se transformaba.
-Huiremos cuando
anochezca- dijo la muchacha sentándose en un lugar seco.
Bastien se situó junto a ella, la rodeó con
su brazo y la apoyó sobre su pecho para que descansara hasta el momento de
partir.
-¡Dashiell!- Annette
lo alcanzó por el corredor a pesar de las largas zancadas del caballero-. ¿Dónde
vais así de taciturno?
-A mi dormitorio-
bramó él secamente.
-¡Menudos humos!-
ella se hizo la ofendida.
-Perdonad,
doncella, pero no me encuentro de humor- el joven resopló.
-Quizá os vendría
bien hablar con alguien acerca de lo que os reconcome las entrañas- Annette
miró hacia ambos lados del pasillo vacío-. Desgraciadamente, no parece haber
nadie a quien le importéis demasiado por aquí… excepto yo- le sonrió
dulcemente-. Y os anuncio que no se me da nada mal escuchar los problemas
ajenos.
-Está bien- el
soldado levantó las manos como dándose por vencido y estiró su brazo por detrás
de aquella delicada espalda hasta agarrarle el hombro-. Haré el esfuerzo de hablar
con vos, ya que nadie más hay dispuesto a escuchar mis desvaríos.
-¿Y a qué lugar me
lleváis para nuestra profunda conversación?
-A mis aposentos- Dashiell
la miró divertido, pues ella lo miraba ceñuda-. No es lo que pensáis, claro que…
podéis pensarlo, porque quizá, solo quizá, podría suceder algo si vos… Bueno,
dejémoslo en; no penséis en que os
llevo para nada sucio. Me conformo con cenar mientras hablamos sentados ante el
hogar.
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