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El pasadizo estaba frío y en penumbras. Como cada noche, Madeleine iluminaba su camino mediante el candelabro de bronce de tres brazos portado en su mano. La cera de las velas caía aquí y allá impulsada por cada uno de sus movimientos, mientras las llamas bailaban al compás de las corrientes de aire que se filtraban a través de las grietas de la pared exterior del castillo. Los escalones del primer tramo resbalaban a causa de la humedad y la muchacha debía pisar con sumo cuidado para no caer sobre el suelo rocoso. Decidió quitarse los escarpines. Las desgastadas suelas no hacían sino patinar en las zonas en las que la piedra era más regular. Se descalzó. Los pies no tardaron en enfriársele, pero al menos había dejado de trastabillar. Vio luz al final del recorrido. La entrada a la estancia con la que comunicaba la suya se encontraba abierta de par en par. Aceleró el paso. La esperaban.
- MI señora, pensé que esta noche no vendríais- Annette dejó a un lado el tejido que estaba hilando en la rueca, se levantó y ambas se unieron en un abrazo lleno de sentimiento- ¿Tampoco el favorito pasó la prueba?
-No Annette, tampoco él. Nunca hubiera pensado en lo frustrante de la situación. Catorce candidatos, catorce, y ni siquiera uniéndolos formarían un solo hombre que valiera la pena.
-Sois muy exigente- la doncella cogió los escarpines, aún en la mano de la princesa, y los dejó en el suelo. La sentó en la cama, se arrodilló ante ella y comenzó a limpiar y secar sus reales pies.
-Debo serlo- la princesa suspiró desnudándose lentamente-, es mi obligación como futura reina. Se lo debo a mi pueblo y a mi rey.
-Y a vos- Annette alzó la mano hasta el pecho de SU señora y comenzó a acariciarlo con dulzura, presionando los pezones a intervalos. Le separó las piernas. Tenía el sexo salpicado por la leche blancuzca del príncipe y Annette lo lamió ansiosa, limpiando todo resto de virilidad de aquel que no había sido capaz de culminar en el lugar indicado-. Os merecéis un hombre que os satisfaga plenamente.
-Decidme dónde se halla ése hombre y yo misma iré a buscarlo para hacerlo mi esposo- la princesa hizo una pausa-. Es una locura. Si las leyes fueran distintas y la iglesia no estuviera metida en todas las decisiones del trono, no necesitaría prometerme de la noche a la mañana, a causa de la enfermedad de mi padre. No así. No con un desconocido de procedencia lejana, con un rico heredero cuyo único deseo son mis bienes y mi alianza. Todos ellos han intentado seducirme con joyas y tierras baldías, sin más que ofrecer, dejándome a la altura de una vulgar ramera que se deja comprar con baratijas. En la cama sin embargo, donde no me hubiese importado comportarme como una puta, ninguno ha demostrado habilidad en el arte amatorio, buscando todos y cada uno de ellos un único placer, el de su verga, como si ése colgajo fuera algo que las mujeres debiéramos adorar como a un Dios. Si de mi dependiera, todos ellos habrían desaparecido ya de nuestras vistas. Pero mi padre… No le deseo ningún sufrimiento ahora que su vida se apaga y si es su voluntad verme unida en santo matrimonio… Que así sea. Será Antoine de Levisoine, su favorito, quien me despose- Madeleine apartó la cabeza de la doncella de entre sus piernas y la instó a desnudarse. La besó en los labios, degustando sus propios fluidos mezclados con los de Antoine, la tumbó boca abajo en la cama y le separó las piernas al límite, obteniendo una vista inmejorable del sexo y el ano de su amante. La princesa fue hasta el tocador, abrió el tercero de los cajones y sacó de él un objeto envuelto en paños de algodón. Se trataba de un falo largo y grueso, tallado en madera y pulido después con esmero. El miembro se anchaba en la base para realizar con mayor facilidad los movimientos de penetración y para extraerlo sin problemas tras el éxtasis. Madeleine se volvió a acercar a Annette. Ésta utilizaba las sábanas de seda para rozar su clítoris y acelerar así el proceso de lubricación. La princesa se sentó de nuevo en el lecho y comenzó a pasarle el falso pene por toda la extensión de la vulva, o pudendum femininum como lo prefería llamar cierto obispo-. El príncipe, a pesar de su ínfima experiencia en las cosas del meter, aún es mancebo y puede aprender mucho con la ayuda de una buena maestra- la madera brillaba a causa de la humedad de la joven, que no paraba de moverse buscando el roce de aquel placentero instrumento-. Me preguntaba si vos, mi fiel mano derecha, estaríais dispuesta a ser su mentora.
-Sería un honor, Mi princesa- Annette gimió de gusto y dolor cuando el juguete penetró en su interior con brusquedad, como a ella le gustaba-. Sabéis que todo el talento que poseo está a vuestro servicio y no me importaría conocer un poco mejor al futuro monarca- dijo entrecortadamente a causa de las embestidas provocadas por SU princesa cada vez que, con fuerza, presionaba el falo hasta el fondo de sus entrañas.
-Sabía que mi propuesta os dejaría satisfecha- Madeleine, dueña de una pícara sonrisa, continuó con la fornicación, sabiendo que la doncella no tardaría en coronar el orgasmo. Agachó la cabeza hasta el trasero de la muchacha y lamió su ano, primero alrededor del orificio, penetrando después la lengua lo más hondo posible.
-No más satisfecha de lo que vos me dejáis– Annette gimió una última vez y sucumbió tras unos fuertes espasmos.
-Haced de él un hombre- la princesa sacó el miembro de su prisión. Chorreaba. Lo lamió, pasándoselo seguidamente por los pechos para embadurnarlos con la esencia de quien más amaba y a quien tenía prohibido amar-, enseñadle todo lo necesario para darme tanto placer como el que vos me ofrecéis- la futura reina, entonces, pasó el pene por su partes más intimas, al tiempo que Annette la abrazaba-. Mi reino necesita un rey fuerte y seguro de si mismo. Y ambas sabemos que no hay nada que más seguridad de a un hombre, que saberse capaz de una buena estocada-. Se tumbó de lado sobre la cama y se introdujo el enorme miembro fácilmente, resbalando dentro de su mojada vagina como una serpiente de agua sobre los lodazales de la orilla de un río.
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