domingo, 12 de mayo de 2013


-23-

 

 

 

     -Desnúdate- exigió Godet.

     -¿Y si me niego?- preguntó Marie en un susurro, en tanto intentaba no perder el sentido.

     -Sentirás la furia de mi báculo- golpeó el suelo con él,  tratando de asustarla.

     -Entonces, elijo permanecer vestida- respondió ella cruzando las manos sobre su regazo.

     Godet sujetó el bastón por debajo de la empuñadura y colocó ésta bajo el mentón ensangrentado de la muchacha, alzándole la cabeza.

     -¿Me estás diciendo que prefieres que vapulee tu cuerpo a mostrármelo desnudo?

     Ella asintió levemente, semi-cerrados los ojos, emborronados sus pensamientos a causa del grave golpe anteriormente recibido.

     -Estás de suerte- el prelado apartó el madero, cayendo la barbilla de ella pesadamente sobre el pecho-. Hoy me siento piadoso. Si no deseas desnudarte para mí, no te obligaré- el hombre levantó la sotana dejando a la vista su miembro deforme-. Arrodíllate y empieza a hacer lo que mejor se te da.

     Marie parpadeó intentando enfocar sus brumosos cristalinos. A un palmo de ella, el enjuto pene del cura la esperaba encogido de tal manera que semejaba una serpiente enroscada. No tardaría mucho en hacer lo que se le pedía. Con los movimientos descoordinados de un borracho se lanzó de rodillas ante él y agarró su raquítico falo. 

     El religioso jadeó en cuanto su alumna comenzó a lamerlo. Cerró con ímpetu los párpados y viajó  años atrás recordando el cuerpo de ella, aún por florecer. Agarró un mechón de los cabellos de Marie e impulsó su cabeza hacia adelante, sin dejarla retroceder, sintiendo su polla invadiendo aquella boca húmeda que no dejaba de secretar saliva a medida que el aire se agotaba en sus pulmones y trataba de hallar una ranura por la que respirar.

     La muchacha sintió la asfixia, la garganta ardiente a causa del esfuerzo y el desvanecimiento de su mente, como si alguien estuviera extinguiendo la luz solar. Sujetó las caderas huesudas del obispo en un último intento de liberación y, en ese mismo momento,  su boca comenzó a llenarse de semen.

     El prelado gritó de dolor al sentir la sana dentadura de su pupila hincándose en su miembro. La empujó contra el lecho y cubrió su pene con la sotana para detener la hemorragia.

     Marie, rojos los labios, impuramente manchada la barbilla, inmóvil en la cama, lo veía  gesticular, gritar sin que sus oídos nada escuchasen salvo un incesante gorgoteo que la comenzaba a enloquecer. Él la levantó violentamente y la lanzó de nuevo sobre el lecho, boca abajo esta vez. Intentó ella girar su cuello para descubrir lo que el hombre tramaba, pero de un manotazo en la nuca, el cura apretó su rostro contra las frías sábanas, al tiempo que alzaba sus faldas y la desprendía de las calzas.

     Godet prendió con fuerza su báculo pastoral y, abriéndole las piernas al máximo, penetró su vagina con la empuñadura, una y otra vez, no atendiendo ni a sus ruegos ni a sus súplicas.

 

 

 

 

     -¿Por qué dices que me has encontrado? Dime muchacho.

     Un borbotón de palabras comenzaron a salir de aquella nerviosa boca, sin que el caballero nada entendiese salvo un nombre.

     -¿Marie? ¿Es lo que has dicho?- lo miró fijamente a los ojos.

     Thibaut, entonces, lo agarró de una de las mangas dispuesto a llevarlo a la calle.

     -No le hagas caso, no es más que un granuja que quiere despistarnos con sus triquiñuelas.

     -¡Suéltalo!- rugió su superior agarrándolo por el antebrazo para que lo liberara- volvió a dirigirse al chico-. ¿Le pasa algo a Marie? ¿Te ha mandado ella a mí?

     -¿Qué escándalo es éste?- Annette se acercó a ellos con paso enérgico-. ¿No os dais cuenta de que la princesa se halla velando al monarca?

     -Lo lamento- se disculpó el caballero con una reverencia-, pero es algo urgente, doncella.

     -¿Urgente decís?- miró al muchacho con estupor- ¿Quién eres?

     -Donatien- le respondió, pero seguidamente se giró a Dashiell para continuar gesticulando y  parloteando incesantemente en un francés tan enrevesado que resultaba imposible de descifrar.

     -Cuenta que Marie deseaba pediros protección para él y su familia- le informó Annette que escuchaba atentamente al mozo-. Asegura que sus vidas corren peligro a causa de…- la doncella hizo una pausa.

     -¿Qué es lo que ha dicho?- Dashiell la miró intrigado- Decidlo, os lo ruego.

     Annette escuchó turbada el testimonio de Donatien sobre Brigitte y recordó entonces el extraño abrazo del prelado alrededor del cuello de la cocinera, los ojos asustados de ésta, su silenciosa petición de auxilio. Se volvió rápidamente hacia el custodio.

     -Salvad a Marie. Godet la llevaba obligada al convento y si, como sospecho, lo que cuenta el muchacho es cierto, corre peligro.

     Sin pensárselo dos veces, Dashiell abandono su puesto de vigilancia y corrió a los establos.

 

 

 

 

     Marie se encontraba dolorida, entumecida, tumbada aún boca abajo sobre una cama empapada en su propia sangre. El obispo echó la llave tras salir del dormitorio y aprovechó la oportuna soledad para arrastrarse hacia el filo del lecho, ayudada por sus cansados miembros superiores. Débil y mareada, cayó desde el borde de la alta cama con un golpe seco y quedó tendida sobre el frío suelo de madera, escuchando cualquier sonido que proviniera del exterior de la estancia. Nada, únicamente aquel insoportable zumbido dentro de su propia cabeza. Se levantó ignorando por completo el dolor que invadía sus entrañas y trepó asiéndose a las sábanas, hasta quedar totalmente erguida. Miró esperanzada hacia el gran ventanal. Unos pasos, solo unos pocos, y escaparía lejos de allí.

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