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Madeleine se despertó
azorada al sentir sobre sus párpados el cálido tacto de un rayo de sol. Ya
había amanecido y Annette estaría preocupada por su tardanza, deambulando
histérica por sus aposentos, preguntándose cómo su Señora podía ser tan necia
para cabalgar por medio del bosque hasta la fortaleza a plena luz del día y
acercarse después hasta la entrada secreta de la muralla, pudiendo ser vista por cualquier mirada atenta. Yannick se movió
a su lado y, con cuidado de no molestarlo, se desembarazó del musculoso brazo
que la rodeaba, lo besó en sus cálidos labios
y se levantó sin apenas hacer ruido. Cogió su ropa y los escarpines y,
frente al hogar, donde las llamas estaban a punto de morir, se vistió presurosa.
Quitó a duras penas el pesado tablón que bloqueaba la entrada principal, lo
dejó apoyado contra la pared contigua y abrió la puerta, que gimió sobre sus
goznes oxidados.
Cuando Yannick
despertó, el dulce perfume de Madeleine era lo único que de ella quedaba en su
lecho y en la silenciosa casa. Se dio media vuelta y, boca abajo, aspiró el
aroma floral que desprendía la ropa de cama, mientras con pequeños movimientos
rozaba su miembro contra la sábana bajera imaginándola debajo, el trasero redondeado
contra su dura polla, sus curtidas manos cubriendo los tersos y pálidos pechos
de oscuros pezones, agarrándose ella con fuerza al cabecero de forja para
soportar sus salvajes embestidas, apareándose como un par de animales.
Annette caminaba nerviosa por los aposentos
reales, impaciente por la tardanza de su princesa mientras el sol seguía su
ascenso imparable sobre el reino de Mauban. Miró por la ventana salpicada de
gotas de lluvia y comprobó apesadumbrada que a pesar de la llovizna, el día se mantenía
luminoso y poco o nada costaría a los vigías divisar una silueta saliendo de entre
la espesura del bosque y dirigiéndose a la muralla.
Alguien gritó entonces la voz de alarma y
la doncella abatió las dos hojas del gran ventanal para poderse asomar y
descubrir qué sucedía, segura de que debían haber detenido a la princesa como a
una vulgar ladrona cuando trataba de colarse en el castillo. Pero no, no se
trataba de ella.
-Dashiell- murmuró
haciéndosele un nudo en la garganta, al verlo traspasar el portón principal
llevando a una mujer en brazos, en tanto que un escudero se hacía cargo de su
caballo.