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Salió Antoine de sus aposentos,
elegantemente vestido pero con el ligero cojear que los doloridos testículos le
provocaban, y tomó el largo pasillo que
comunicaba sus dependencias con las de Madeleine.
-¿Dónde vais, mi
señor?- preguntó, poniéndose firme y con la espada en ristre, el custodio que
vigilaba la puerta del dormitorio de la princesa.
-¡Quitad de en medio!- dijo Antoine apartándolo
con su gran mano y entrando en la estancia.
-¿Quién os ha
permitido entrar de manera tan violenta en mis aposentos?- le preguntó
Madeleine con voz neutra, mirándolo de soslayo desde el interior de una bañera
de agua perfumada.
-Quiero hablar con vos- Antoine detuvo el
paso a mitad del amplio dormitorio, disfrutando de la sensualidad con la que
aquella belleza pasaba un paño enjabonado por sus esbeltos brazos.
-Acercaos pues y traedme esa toalla.
Madeleine salió de
la bañera mostrándole su cuerpo mojado, brillante como una perla bajo la tenue
y amarillenta luz de las velas, y él la envolvió con el suave tejido.
-Anoche no me hicisteis llamar, ni la noche
anterior tampoco- el príncipe la cogió por los hombros desnudos colocándola
frente a él-. Siento que me evitáis y dado que en no más de una semana vamos a
ser unidos en matrimonio, creo que es momento de que volvamos a yacer juntos y
dejéis de enviarme doncellas que me satisfagan por vos.
-Amado, me alegra
escuchar esas palabras de vuestra boca y
anhelo tanto o más que vos el roce de vuestro cuerpo contra el mío- la princesa
dejó caer al suelo la única prenda que la tapaba y rodeando el cuello de Antoine,
lo besó ardientemente hasta dejarlo sin resuello-. Ahora, que sea vuestro
miembro quien demuestre la hombría.
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