domingo, 18 de agosto de 2013




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     Frente a los muros del castillo, los mercaderes colocaban sus puestos en la plaza principal y en las callejas adyacentes, tratando de mantener sus productos alejados de la insistente lluvia otoñal que auguraba buenas cosechas futuras. Varias clientas, las más madrugadoras, con sus grandes cestas de mimbre colgadas por el asa de la articulación del codo, comprobaban la calidad de las mercancías situadas ya sobre los diferentes mostradores y regateaban los precios, muy por lo bajo, con los comerciantes, sabiendo  estos que si no daban su brazo a torcer, sería el dueño del puesto lindante quien realizaría la venta. Y  como no estaba la vida como para rechazar monedas, ni perder clientela, aunque a veces las ganancias no fueran cuantiosas, los tratos cerrados, tratos eran.

     -Donatien, apuntala bien ese madero- le pidió su padre,  de puntillas para colocar el tendal de cuero sobre su puesto de carpintería.

     Mas su hijo no escuchó ni apuntaló. Tenía la mirada fija en Annette, la doncella de la princesa, que con el pelo suelto y mojado, arremangadas las sayas, descubierta la parte inferior de sus calzas y salpicándose  en cada charco formado en la plaza,  corría en dirección a la entrada de la fortaleza como alma que persiguiera el diablo, gritando el nombre del caballero rubio que hubiera partido al atardecer en busca de Marie.

 

 

 

 

     -¡Dashiell!- exclamó Annette por enésima vez, frenando su carrera al llegar a la turba que rodeaba al caballero-. ¡Paso, en nombre de la princesa!- gritó a pleno pulmón para que la muchedumbre la escuchara y le abriera un pasillo, como así hiciera-. Dashiell- susurró cayendo de rodillas ante el soldado, arrodillado a su vez,  embarrado, con la mirada perdida, abrazando el frágil cuerpo de Marie contra su pecho, los brazos de ella rígidos por la muerte.

     -Lo lamento, caballero- la doncella apoyó su cálida mano sobre la de él, temblorosa por el frío, y pudo sentir en sus entrañas que aquel hombre que hubiera conocido, para siempre había dejado de existir.

     El custodio la miró entonces con aire extrañado, los ojos enrojecidos y con profundas ojeras púrpuras, igual que si acabara de despertar de un sueño letárgico y desconociera dónde se encontraba. Lentamente giró de nuevo la cabeza hacia su amada, aquella que ya nunca despertaría, y tumbó su cuerpo inerte sobre el suelo empedrado acariciando aquel precioso rostro con una delicadeza insólita para un hombre de guerra.

     -Cuidadla por mí- dijo sin apartar la mirada de Marie y con una voz apenas audible-. Debo ocuparme de algunos menesteres- el joven se puso en pie con torpeza a causa del entumecimiento de sus miembros inferiores.

     -Descuidad, no me apartaré de su lado- afirmó ella y Dashiell asintió con el semblante triste-. Acabaréis con él, ¿verdad?- preguntó refiriéndose a Godet-. Yo misma lo haría si tuviera la oportunidad.

     -Lo traeré para que la reina lo juzgue por su crimen- fue su escueta respuesta.

      Y acompañado por varios de sus hombres de confianza, dejo la fortaleza para volver al convento.

 

   

    

 

     -Pobre muchacha- dijo una  de las correveidile de las que tanto abundaban en Mauban mientras Donatien intentaba, a codazos, internarse por el pasillo multitudinario que se había cerrado tras Annette.    

     -Pobre- repetían, con voz cansina, otras mujeres a coro.

     -Habrá sido una bestia- conjeturó la primera de manera dramática.

     -Una bestia- afirmaron las otras mirándola con aprobación.

    -¿Una bestia? ¡Por Dios, qué desgracia!- exclamó  estridentemente una joven madre apretando a su acobardada hija contra sus faldas.

     -Sí, qué desgracia- de nuevo el coro de voces desapasionadas.

     -Una enorme bestia que habita en el bosque y se alimenta de carne humana- continuó la que se hubiera autoproclamado portavoz.

     -¡Callad de una vez, gallinas cluecas! ¿No veis que asustáis a la chiquilla?- gritó un vinatero de edad madura señalando a la pequeña escondida en los pliegues de la gruesa falda de su madre-. ¡Y tú, la que tanto parlotea! No lleves a engaños a los presentes con seres místicos y extraños, pues la bestia de la que hablas y que ha acabado con esa joven vida, tiene dos piernas y pelos en el culo, como tú o como yo.

     Aquellas palabras no acallaron a las chismosas, sino que originaron un gran revuelo entre el gentío, asustado repentinamente ante la noticia de un asesino en el bosque vecino.  El hijo del carpintero aprovechó la confusión y el movimiento para avanzar y llegar, al fin,  junto a Annette, mujer de carácter sieso y desabrido que permanecía ahora, arrodillada en el mojado suelo, cabizbaja, húmedos los ojos, velando el cadáver de Marie, cuya palidez del lado izquierdo del rostro difería enormemente del matiz rojizo-morado del derecho, como si la hubieran molido a palos. Donatien se acercó a ellas y tragó ruidosamente la bola de baba que se le había formado en la garganta, mientras sus lágrimas, vertidas en silencio, se mezclaban, en sus no muy limpias mejillas, con las gotas de lluvia. La doncella de la princesa tendió su mano y agarró la suya para que se arrodillara a su lado. Rodeó sus hombros de niño, más niño ahora que nunca, reconfortándolo,  y, sin impedimentos,  ladeó él su cabeza apoyándola en el de Annette, sintiendo sus rubios y largos cabellos cosquilleando su nariz.

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