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Dejó Yannick de lamer el sexo de su amada
cuando el pasadizo comenzara a inundarse
de ecos de voces en grito y raudas pisadas.
-¡Corred!- exclamó
la reina bajándose los faldones del camisón y cubriendo sus senos, al tiempo
que empujaba al herrero hacia la salida-. ¡Huid mientras los retengo!
-¿Y vos?- preguntó
preocupado.
-¡Corred y no
miréis atrás!- exclamó ella alejándose por el oscuro pasaje.
Sin pensarlo dos
veces, echó el hombre a correr deteniéndose apenas un instante, suficiente para
abrir una abertura por la que escapar hacia el bosque. Allí azuzó a su corcel para que corriera lejos
y, con una agilidad inverosímil para alguien de su envergadura, trepó por el
tronco de un árbol de espeso follaje en el que esperaba poder ocultarse de sus
perseguidores.
-¡Por allá!
¡Escapa a caballo!- exclamó uno de los soldados del príncipe Antoine situándose
bajo el escondrijo de Yannick-. ¡Vosotros!- dijo refiriéndose a dos de sus
iguales-. Perseguidlo a pie- se giró hacia el resto.- Los demás, seguidme. Iremos a por nuestras
monturas.
El herrero espero
a perder de vista a ambos grupos y aprovechó la ocasión para descender de un
salto desde la más baja de las ramas.
En el exterior de
la taberna ya había oscurecido mientras Annette y Dashiell continuaban bebiendo
codo con codo, acompañados de varios clientes a los que habían invitado con
aquella primera y única moneda de oro que la doncella de la reina hubiera
colocado sobre el mostrador.
-¡Ya es hora de
marchar!- exclamó Annette levantándose tambaleante y acabando de un trago el
contenido de la jarra que portaba en la mano-. ¡Pero cuanta gente ha venido!-
la muchacha fijó la mirada en los parroquianos, quedando absorta por la cantidad
de gemelos idénticos que había parido Mauban-. ¡Que a ninguno de mis amigos se
les seque el gaznate!- dijo señalando a apenas cuatro hombres que la miraban
divertidos. Entonces Annette trastabilló con el banco en el que había estado
sentada y cayó junto con él patas arriba, cubriéndosele la cabeza con los
faldones del vestido-. Demonios, ¿quién ha apagado la luz?
-Doncella- sin
poder evitar lanzar unas sonoras risotadas, Dashiell, quien había tenido
reflejos suficientes para ponerse en pie y no acompañarla en la caída, le bajó
el vestido y la ayudo a levantarse-, mejor será que vayamos a tomar el fresco.
Estáis totalmente embriagada.
-¿Embriagada?- la
muchacha sacudió su golpeado trasero-. Demasiado fina palabra para describir
semejante cogorza.
Carcajeándose y
agarrados como dos buenos amigos, salieron ambos a la vía principal,
deteniéndose sobresaltados cuando por todo el perímetro del adarve retronaron
los gritos de los soldados dando la voz de alarma sobre un fugitivo
.
Yannick corrió en paralelo a la muralla por entre los árboles, alejándose todo lo posible del portón
principal. Se detuvo, respiró hondo y comprobando que el camino estaba
despejado, volvió a salir a la negrura
del campo desnudo, sin detener la carrera hasta tener de nuevo la espalda
pegada contra el muro defensivo. Cuando
llegó hasta unas rocas amontonadas contra la pared, las escaló y aprovechando
una zona desprotegida del adarve, saltó por encima y se coló en la fortaleza,
donde nunca nadie sospecharía que había osado ocultarse.
-¿Estarán
atacándonos?- preguntó Annette asustada, agarrándose con fuerza al brazo del
caballero.
-Tranquilizaos,
doncella- acarició su hombro-, será un ladrón que ha escapado de las mazmorras.
Estando conmigo, no debéis temer.
Reiniciaron la
marcha hacia la plaza situada frente a la entrada al castillo, cuando a apenas
diez pasos de la misma, un individuo saliera a la carrera de una estrecha calleja
topándose de bruces con ellos.
- ¿Tenéis prisa,
extraño?- Dashiell desenvainó la espada y le colocó la punta bajo la barbilla.
-¿Herrero?-
Annette dio un par de pasos al frente para mirarlo mejor-. ¿Cómo vos por aquí?
-¿Acaso lo
conocéis?- le preguntó el caballero, incrédulo, sin apartar la mirada del
hombre.
-Sí, lo conozco,
pero es una historia demasiado larga para contárosla en estos momentos- se
volvió al amante de su amada-. ¿Qué sucede?
-Doncella, yo…-
Yannick tragó saliva y el frío hierro acarició su piel-. Soy ese fugitivo al que buscan.
El custodio apretó
más la punta del arma contra su cuello.
-¡No!-
Annette la apartó-. Debemos salvaguardar su vida- tomó con dulzura una de las
manos del caballero-. Confiad en mí, os lo ruego.
Dashiell miró
aquellos bellos ojos suplicantes y empujó al herrero a un portalón oculto por
las sombras.
-Esperad a que
desaparezcamos y después marchad a la taberna más próxima y ocultaos hasta que
despunte el alba.