viernes, 25 de octubre de 2013




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     Dejó Yannick de lamer el sexo de su amada cuando el pasadizo comenzara a inundarse  de ecos de voces en grito y raudas pisadas.

     -¡Corred!- exclamó la reina bajándose los faldones del camisón y cubriendo sus senos, al tiempo que empujaba al herrero hacia la salida-. ¡Huid mientras los retengo!

     -¿Y vos?- preguntó preocupado.

     -¡Corred y no miréis atrás!- exclamó ella alejándose por el oscuro pasaje.

     Sin pensarlo dos veces, echó el hombre a correr deteniéndose apenas un instante, suficiente para abrir una abertura por la que escapar hacia el bosque.  Allí azuzó a su corcel para que corriera lejos y, con una agilidad inverosímil para alguien de su envergadura, trepó por el tronco de un árbol de espeso follaje en el que esperaba poder ocultarse de sus perseguidores.

     -¡Por allá! ¡Escapa a caballo!- exclamó uno de los soldados del príncipe Antoine situándose bajo el escondrijo de Yannick-. ¡Vosotros!- dijo refiriéndose a dos de sus iguales-. Perseguidlo a pie- se giró hacia el resto.-  Los demás, seguidme. Iremos a por nuestras monturas.

     El herrero espero a perder de vista a ambos grupos y aprovechó la ocasión para descender de un salto desde la más baja de las ramas.
 

 

 

 

 

     En el exterior de la taberna ya había oscurecido mientras Annette y Dashiell continuaban bebiendo codo con codo, acompañados de varios clientes a los que habían invitado con aquella primera y única moneda de oro que la doncella de la reina hubiera colocado sobre el mostrador.

     -¡Ya es hora de marchar!- exclamó Annette levantándose tambaleante y acabando de un trago el contenido de la jarra que portaba en la mano-. ¡Pero cuanta gente ha venido!- la muchacha fijó la mirada en los parroquianos, quedando absorta por la cantidad de gemelos idénticos que había parido Mauban-. ¡Que a ninguno de mis amigos se les seque el gaznate!- dijo señalando a apenas cuatro hombres que la miraban divertidos. Entonces Annette trastabilló con el banco en el que había estado sentada y cayó junto con él patas arriba, cubriéndosele la cabeza con los faldones del vestido-. Demonios, ¿quién ha apagado la luz?

     -Doncella- sin poder evitar lanzar unas sonoras risotadas, Dashiell, quien había tenido reflejos suficientes para ponerse en pie y no acompañarla en la caída, le bajó el vestido y la ayudo a levantarse-, mejor será que vayamos a tomar el fresco. Estáis totalmente embriagada.

     -¿Embriagada?- la muchacha sacudió su golpeado trasero-. Demasiado fina palabra para describir semejante cogorza.

    Carcajeándose y agarrados como dos buenos amigos, salieron ambos a la vía principal, deteniéndose sobresaltados cuando por todo el perímetro del adarve retronaron los gritos de los soldados dando la voz de alarma sobre un fugitivo

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     Yannick corrió  en paralelo a la muralla por entre los árboles,  alejándose todo lo posible del portón principal. Se detuvo, respiró hondo y comprobando que el camino estaba despejado, volvió a  salir a la negrura del campo desnudo, sin detener la carrera hasta tener de nuevo la espalda pegada contra el muro defensivo.  Cuando llegó hasta unas rocas amontonadas contra la pared, las escaló y aprovechando una zona desprotegida del adarve, saltó por encima y se coló en la fortaleza, donde nunca nadie sospecharía que había osado ocultarse.

    

 

 

     -¿Estarán atacándonos?- preguntó Annette asustada, agarrándose con fuerza al brazo del caballero.

     -Tranquilizaos, doncella- acarició su hombro-, será un ladrón que ha escapado de las mazmorras. Estando conmigo, no debéis temer.

     Reiniciaron la marcha hacia la plaza situada frente a la entrada al castillo, cuando a apenas diez pasos de la misma, un individuo saliera a la carrera de una estrecha calleja topándose de bruces con ellos.

     - ¿Tenéis prisa, extraño?- Dashiell desenvainó la espada y le colocó la punta bajo la barbilla.

     -¿Herrero?- Annette dio un par de pasos al frente para mirarlo mejor-.  ¿Cómo vos por aquí?

     -¿Acaso lo conocéis?- le preguntó el caballero, incrédulo, sin apartar la mirada del hombre.

     -Sí, lo conozco, pero es una historia demasiado larga para contárosla en estos momentos- se volvió al amante de su amada-. ¿Qué sucede?

     -Doncella, yo…- Yannick tragó saliva y el frío hierro acarició su piel-.  Soy ese fugitivo al que buscan.

     El custodio apretó más la punta del arma contra su cuello.

    -¡No!- Annette la apartó-. Debemos salvaguardar su vida- tomó con dulzura una de las manos del caballero-. Confiad en mí, os lo ruego.

     Dashiell miró aquellos bellos ojos suplicantes y empujó al herrero a un portalón oculto por las sombras.  

     -Esperad a que desaparezcamos y después marchad a la taberna más próxima y ocultaos hasta que despunte el alba.


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