domingo, 17 de marzo de 2013


-17-

 

 

     Se despertó con un dolor de cabeza espantoso y sin saber dónde se encontraba. Dashiell echó un vistazo a su alrededor, bizqueando los ojos a causa de la luz solar que penetraba por la pequeña y única ventana de sus aposentos. Sus aposentos. Empezaba a recordar. La taberna, las enormes tetas de la puta, Marie, Annette… La grandísima borrachera que lo había dejado fuera de combate. Se levantó de la cama como pudo, agarrándose la cabeza que parecía a punto de reventar, y al ver su polla colgando entre las piernas, intentó aclarar su mente para tratar de comprender lo sucedido en su dormitorio la noche anterior.

 

 

 

 

     Bastien volvió a ponerse en marcha cuando apenas amanecía. Las sombras lo rodeaban, mientras los débiles rayos de sol  despuntaban ya sobre los picos más altos de las montañas del este. Miró el bello paisaje que iba vislumbrándose a su alrededor y pensó en Marjolaine, al tiempo que, distraído, acariciaba las crines de su corcel. Cuánto hubiese disfrutado su amada de aquel viaje, de las cimas nevadas, del verdor absoluto de los campos y de las laderas. Desechó aquellas hermosas imágenes de su cabeza luchando contra las lágrimas. Había tomado la firme decisión de seguir adelante, de no pensar en el sufrimiento ocasionado y, en aquella nueva vida que había comenzado para él, no había lugar para el pasado.

    

 

 

 

     -Tenéis mal aspecto, caballero- Annette se colocó con los brazos en jarra ante Dashiell, quien guardaba la puerta de los aposentos del príncipe Antoine -. ¿Acaso no habéis pasado buena noche?- le preguntó sarcástica.

     -Ójala lo supiera- el custodio resopló-, mas el alcohol hizo estragos en mí y apenas recuerdo ciertos detalles.

     La joven no ocultó una amplia sonrisa.

     -Siendo hombre como sois, imagino vuestra preocupación al no saber si existe mujer insatisfecha en palacio.

     -Algo así resulta improbable, por no decir imposible. Con o sin alcohol, jamás ha amanecido junto a mí mujer descontenta.

     -Que vos sepáis.

     -¿Con ello queréis insinuar, doncella, que a vos os desagradó?

     -En absoluto, si bien aquel día permanecisteis sobrio- le dio la espalda-. Es otra la que puede arrepentirse de haber yacido junto a un hermoso caballero que ni siquiera la recuerda.

     El soldado se colocó ante ella, impidiendo que partiera.

     -¿Estuve con Marie? ¿Nos visteis?

     -¿Marie?

     -La cocinera- especificó él, azorado.

     -Lo sé, el gorrión- Annette hizo una pausa, enrabietada por la manera tan familiar de pronunciar su nombre-. Junto a ella os hallé ante vuestros aposentos. Los servicios que allí dentro os ofreciera, en cambio, los ignoro- alzó la voz mientras se alejaba-. No obstante, podéis preguntárselo. Seguro la haréis sentir dichosa.

      Annette, enojada, bajó a la planta baja y salió a la calle desechando de su cabeza la idea de pedirle a Dashiell que la acompañara a Passan, puesto que en aquel momento, a pesar del cariño que le profesaba, prefería mantenerlo fuera del alcance de su vista.

     En el patio de armas habló con el instructor, llamando éste a dos de los soldados que se entrenaban con la espada. Les ordenó que la custodiaran hasta su destino y una vez los caballos estuvieron ensillados, los tres se pusieron en marcha hacia la casa del herrero.

 

 

domingo, 10 de marzo de 2013

-16-


    Odiaba las noches y las turbadoras pesadillas en las que se sumergía en cuanto sus ojos se cerraban y se quedaba dormida, pero había llegado el temido momento de dirigirse a su dormitorio a descansar. Disfrutaba matándose a trabajar durante el día, cargando pesos, sudando profusamente, notando el ardor de las plantas de sus pies tras más de la mitad de la jornada sin sentarse ni detenerse a respirar, porque al menos no pensaba. Mantenía a resguardo todos los recuerdos que la dañaban, todas las frías sensaciones, ocultas en el rincón más escondido de su mente. Sin embargo, en su celda, en el silencio oscuro, la bestia tenebrosa que la perseguía desde su más tierna infancia se le echaba encima.
     Marie salió de la cocina y ya en el corredor, algo tirado en el suelo la hizo tropezar. Se acercó para mirarlo a la luz de la antorcha que portaba y un gritó escapó de su garganta cuando el bulto gruñera y comenzara a moverse.
     -¿Caballero Dashiell? ¿Pero qué hacéis…?- la cocinera se agachó junto a él y el agrio tufo de la cerveza la echó para atrás-. ¡Apestáis!- con la cabeza girada e intentando aguantar la respiración, la muchacha lo enganchó por debajo de las axilas y tiró de él hacia arriba para ponerlo en pie.
     -Os amo- balbuceó el borracho soldado apoyándose sobre uno de los pechos de ella.
     Marie sonrió. Quitó la grande mano del custodio de encima de su busto y lo situó contra la pared de piedra.
     -No os burléis de mí. Lo que digo es tan cierto como el acero de mi espada…- Dashiell palpó su cadera y no encontró arma alguna-. ¿Y mi espada?
     Marie se agachó y la recogió del suelo.
     -Tomad caballero, aquí la tenéis. Ahora mejor será que vayáis a acostaros. La luna ilumina Mauban y necesitáis descansar.
     -De acuerdo- dijo tambaleándose mientras intentaba insertar la espada dentro de la vaina-. Me voy. Pero mañana cuando me levante seguiré sintiendo lo mismo por vos- dio varios pasos hacia la puerta de la cocina.
     La joven lo agarró del antebrazo y lo giró, guiándolo hacia las escaleras.
     -Mejor os acompaño. No desearía encontraros de mañana, durmiendo sobre los leños de la cocina.
     Llegaron a trompicones hasta los aposentos del caballero. Marie abrió la puerta con uno de los brazos del muchacho rodeando su hombro y con su cabeza sobre la de ella. Se disponía a entrarlo en el dormitorio cuando unos pasos de mujer resonaron tras ellos. Se volvieron.
     -¡Annette!- exclamó Dashiell sonriendo-. Ya estamos todos reunidos- dijo con una amplia sonrisa.
     -Ya lo veo- dijo la doncella, mirando fijamente a la cocinera y transformándose en rabia la compasión sentida por ella aquella misma tarde. Al parecer, la santurrona era más avispada de lo que parecía a simple vista.
     -Solo lo ayudaba a llegar al dormitorio- intentó excusarse la cocinera, temiendo que la doncella pensara que su hombre la engañaba.
     Annette se giró sin mediar palabra y desapareció en las penumbras al llegar al final del pasillo.
    




     -¿No ibais a agradecer su ayuda al apuesto Dashiell?- preguntó la princesa, tumbada ya en la cama, extrañada de la pronta vuelta de su doncella.
     -Un gorrión se me adelantó - dijo con rabia acordándose de las palabras del caballero.
     -Acompañadme pues en el lecho. No me vendría nada mal vuestro calor.
     Annette se sumergió entre las suaves sábanas de seda junto a su amada, uniendo sus cuerpos desnudos en un abrazo sensual.
     -¿Os notáis extraña?- acarició su vientre.
     -No, no siento nada raro. Quizá no esté encinta.
     -Si como me contasteis, el herrero y vos llegasteis juntos al clímax, no dudéis que lo estáis. Sabéis tan bien como yo que ésa es la única forma de quedarse preñada. Pero debemos ser pacientes, puesto que quizá sea pronto para sentir algo en vuestro interior- la abrazó con más intensidad, susurrándole al oído-. Yo os cuidaré, no os preocupéis Mi señora, pero mañana, sin falta, debéis acostaros, de nuevo, con el príncipe Antoine, para que cuando el retoño nazca, las cuentas sean exactas y ninguno de vuestros enemigos sospeche sobre su paternidad.
    

      Donatien se arrebujó más en la incómoda cama, sintiendo las pajas sobre las que yacía clavándosele por todo el cuerpo. Se hallaba destemplado a pesar de no ser una noche fría en exceso y buscó el cálido y protector abrazo de su madre, tumbada a su lado. Ella le besó con dulzura en la frente, revolvió sus cabellos y lo rodeó con su brazo, susurrándole un te quiero que llenó de paz al muchacho.
     A punto de caer en el regazo del sueño, el niño recordó las amenazas de aquel demonio al que impediría dañar a su madre o a su hermana mayor. Eran su familia, lo que más quería en el mundo. Las protegería del monstruo y de sus malas artes, aunque su propia vida se viera por ello en peligro.

domingo, 3 de marzo de 2013

-15-


     Marie salió de la oscura cocina cubriéndose los ojos para que el sol del mediodía no los dañara. Caminó hasta el centro de la plaza, mezclándose con las gentes que abarrotaban las rúas, y se detuvo junto al pozo para llenar de agua los cubos con los que cargaba. Alzó la vista al sentirse observada y su mirada se cruzó con la del caballero Dashiell. Se ruborizó al recordar la mañana anterior junto al río,  los labios de aquél pegados a los suyos, su húmeda lengua entrando en su boca sin ningún impedimento por su parte. Pero no se hallaba solo. Algo se rompió en su interior al verlo acompañado de Annette, la deseada y bien parecida doncella de la princesa. Los rumores de los que los pasillos del castillo se hacían eco eran ciertos. Estaban juntos. Sintiendo vergüenza por sus impuros pensamientos bajó la mirada y continuó con la faena, volviendo a la única realidad que le correspondía.




     Annette detuvo la marcha cuando Dashiell se paró en seco. Siguió su brillante mirada azul y se encontró con la de la  pupila del obispo Godet, la cocinera de los grandes pechos. Observó a ambos, quietos, sin apartar la mirada el uno del otro y una punzada de celos le atravesó el pecho como una lanza en llamas. Cuando la plebeya agachara la cabeza para volver a la tarea, la expresión del caballero se tornó triste y apagada, como si algo se hubiera quebrado en su interior.
     -¿Habéis visto un fantasma?- con una indiferencia rayana en el desaire, Annette se arremango las faldas y comenzó a andar resuelta hacia los establos, dejando al soldado a varios pasos por detrás de ella.
     Él salió de su atolondramiento y corrió para alcanzarla.
     -Lo lamento- se disculpó al ver el enfado en el rostro de la doncella-. Creí ver un gorrión.
     -¿Acaso un gorrión que ha huido de vos porque prefiere su libertad?
     -Más bien un gorrión al que le fueron cortadas las alas y teme ser libre- entraron en las cuadras.
     Los celos de la doncella se fueron convirtiendo en lástima a medida que imaginaba las penurias que aquella muchacha habría pasado bajo el techo del viejo prelado.
     -Ese gorrión es afortunado de teneros como protector- lo miró de soslayo mientras uno de los mozos la ayudaba a montar-. Nadie osará lastimarlo en tanto vos lo protejáis.
     -Desgraciadamente es tarde para evitar que lo dañen- Dashiell salió al galope y la muchacha lo siguió, tratando de darle alcance.
     Salieron de la fortaleza y en la encrucijada tomaron la ruta que Annette creyó más probable para la huida de Su señora. No habían cabalgado más de cuatro leguas cuando un jinete apareció ante ellos. Una mujer de ropajes grises y cabellos sueltos y revueltos.
     -¿Annette?
     -¡Princesa! ¿Qué os ha pasado?- la doncella desmontó del caballo y se acercó corriendo hasta su señora. La ayudó a bajar y se fundieron en un abrazo-. ¿Dónde están vuestros ropajes? ¿Os han robado? ¿Os han lastimado?
     -Tranquilizaos, nadie me ha robado ni lastimado. Después, con más calma, os lo narraré todo con pelos y señales. Ahora solo deseo llegar a mis aposentos para comer y descansar.
     Ocultas entre los árboles, al borde del camino, ambas mujeres intercambiaron sus vestimentas para que nadie se diera cuenta de la corta escapada de la rebelde princesa.




      Por segunda vez aquel día, Dashiell se dirigió a la taberna sintiendo la imperiosa necesidad de emborracharse, perder el sentido y no pensar en nada más que en satisfacer su estómago, su gaznate y su polla. La princesa se encontraba a salvo en sus dependencias y su turno de vigilancia no tendría lugar hasta la mañana siguiente, así que había llegado el momento de disfrutar de su tiempo libre.
     Recorrió la calzada principal, poco transitada ahora que la tarde a punto estaba de dar paso a la noche y llegó al antro, nido de voces y ruidos.
      -¡Caballero!- exclamó la puta de las grandes tetas en cuanto puso un pie en la taberna-. Os echaba de menos- lo agarró del brazo restregando sus enormes mamas contra él-. Me alegra que hayáis decidido volver.
     -Teníamos asuntos pendientes- dijo palmeando su gordo trasero con fuerza y agarrándola por la cintura, mientras se dirigían al fondo, a la mesa que siempre ocupaba.
     Allí le sirvieron cerveza y cerdo asado, con la ramera acariciando su entrepierna sin cesar. Totalmente empalmado se giró en el banco y la sentó sobre él, subiendo aquellas roídas faldas con sus manos llenas de grasa. Con dedos ágiles y expertos, la puta sacó su bien dotado miembro y se lo acarició, en tanto el soldado se entretenía mordiendo sus pezones y hundiendo la cara en sus pechos. Ella  acercó hasta su vagina el pene trempado y él la penetró entre los gemidos de gorrino degollado de ella y los vítores de los parroquianos que empinaban el codo a su alrededor.