domingo, 3 de marzo de 2013

-15-


     Marie salió de la oscura cocina cubriéndose los ojos para que el sol del mediodía no los dañara. Caminó hasta el centro de la plaza, mezclándose con las gentes que abarrotaban las rúas, y se detuvo junto al pozo para llenar de agua los cubos con los que cargaba. Alzó la vista al sentirse observada y su mirada se cruzó con la del caballero Dashiell. Se ruborizó al recordar la mañana anterior junto al río,  los labios de aquél pegados a los suyos, su húmeda lengua entrando en su boca sin ningún impedimento por su parte. Pero no se hallaba solo. Algo se rompió en su interior al verlo acompañado de Annette, la deseada y bien parecida doncella de la princesa. Los rumores de los que los pasillos del castillo se hacían eco eran ciertos. Estaban juntos. Sintiendo vergüenza por sus impuros pensamientos bajó la mirada y continuó con la faena, volviendo a la única realidad que le correspondía.




     Annette detuvo la marcha cuando Dashiell se paró en seco. Siguió su brillante mirada azul y se encontró con la de la  pupila del obispo Godet, la cocinera de los grandes pechos. Observó a ambos, quietos, sin apartar la mirada el uno del otro y una punzada de celos le atravesó el pecho como una lanza en llamas. Cuando la plebeya agachara la cabeza para volver a la tarea, la expresión del caballero se tornó triste y apagada, como si algo se hubiera quebrado en su interior.
     -¿Habéis visto un fantasma?- con una indiferencia rayana en el desaire, Annette se arremango las faldas y comenzó a andar resuelta hacia los establos, dejando al soldado a varios pasos por detrás de ella.
     Él salió de su atolondramiento y corrió para alcanzarla.
     -Lo lamento- se disculpó al ver el enfado en el rostro de la doncella-. Creí ver un gorrión.
     -¿Acaso un gorrión que ha huido de vos porque prefiere su libertad?
     -Más bien un gorrión al que le fueron cortadas las alas y teme ser libre- entraron en las cuadras.
     Los celos de la doncella se fueron convirtiendo en lástima a medida que imaginaba las penurias que aquella muchacha habría pasado bajo el techo del viejo prelado.
     -Ese gorrión es afortunado de teneros como protector- lo miró de soslayo mientras uno de los mozos la ayudaba a montar-. Nadie osará lastimarlo en tanto vos lo protejáis.
     -Desgraciadamente es tarde para evitar que lo dañen- Dashiell salió al galope y la muchacha lo siguió, tratando de darle alcance.
     Salieron de la fortaleza y en la encrucijada tomaron la ruta que Annette creyó más probable para la huida de Su señora. No habían cabalgado más de cuatro leguas cuando un jinete apareció ante ellos. Una mujer de ropajes grises y cabellos sueltos y revueltos.
     -¿Annette?
     -¡Princesa! ¿Qué os ha pasado?- la doncella desmontó del caballo y se acercó corriendo hasta su señora. La ayudó a bajar y se fundieron en un abrazo-. ¿Dónde están vuestros ropajes? ¿Os han robado? ¿Os han lastimado?
     -Tranquilizaos, nadie me ha robado ni lastimado. Después, con más calma, os lo narraré todo con pelos y señales. Ahora solo deseo llegar a mis aposentos para comer y descansar.
     Ocultas entre los árboles, al borde del camino, ambas mujeres intercambiaron sus vestimentas para que nadie se diera cuenta de la corta escapada de la rebelde princesa.




      Por segunda vez aquel día, Dashiell se dirigió a la taberna sintiendo la imperiosa necesidad de emborracharse, perder el sentido y no pensar en nada más que en satisfacer su estómago, su gaznate y su polla. La princesa se encontraba a salvo en sus dependencias y su turno de vigilancia no tendría lugar hasta la mañana siguiente, así que había llegado el momento de disfrutar de su tiempo libre.
     Recorrió la calzada principal, poco transitada ahora que la tarde a punto estaba de dar paso a la noche y llegó al antro, nido de voces y ruidos.
      -¡Caballero!- exclamó la puta de las grandes tetas en cuanto puso un pie en la taberna-. Os echaba de menos- lo agarró del brazo restregando sus enormes mamas contra él-. Me alegra que hayáis decidido volver.
     -Teníamos asuntos pendientes- dijo palmeando su gordo trasero con fuerza y agarrándola por la cintura, mientras se dirigían al fondo, a la mesa que siempre ocupaba.
     Allí le sirvieron cerveza y cerdo asado, con la ramera acariciando su entrepierna sin cesar. Totalmente empalmado se giró en el banco y la sentó sobre él, subiendo aquellas roídas faldas con sus manos llenas de grasa. Con dedos ágiles y expertos, la puta sacó su bien dotado miembro y se lo acarició, en tanto el soldado se entretenía mordiendo sus pezones y hundiendo la cara en sus pechos. Ella  acercó hasta su vagina el pene trempado y él la penetró entre los gemidos de gorrino degollado de ella y los vítores de los parroquianos que empinaban el codo a su alrededor.

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