domingo, 10 de marzo de 2013

-16-


    Odiaba las noches y las turbadoras pesadillas en las que se sumergía en cuanto sus ojos se cerraban y se quedaba dormida, pero había llegado el temido momento de dirigirse a su dormitorio a descansar. Disfrutaba matándose a trabajar durante el día, cargando pesos, sudando profusamente, notando el ardor de las plantas de sus pies tras más de la mitad de la jornada sin sentarse ni detenerse a respirar, porque al menos no pensaba. Mantenía a resguardo todos los recuerdos que la dañaban, todas las frías sensaciones, ocultas en el rincón más escondido de su mente. Sin embargo, en su celda, en el silencio oscuro, la bestia tenebrosa que la perseguía desde su más tierna infancia se le echaba encima.
     Marie salió de la cocina y ya en el corredor, algo tirado en el suelo la hizo tropezar. Se acercó para mirarlo a la luz de la antorcha que portaba y un gritó escapó de su garganta cuando el bulto gruñera y comenzara a moverse.
     -¿Caballero Dashiell? ¿Pero qué hacéis…?- la cocinera se agachó junto a él y el agrio tufo de la cerveza la echó para atrás-. ¡Apestáis!- con la cabeza girada e intentando aguantar la respiración, la muchacha lo enganchó por debajo de las axilas y tiró de él hacia arriba para ponerlo en pie.
     -Os amo- balbuceó el borracho soldado apoyándose sobre uno de los pechos de ella.
     Marie sonrió. Quitó la grande mano del custodio de encima de su busto y lo situó contra la pared de piedra.
     -No os burléis de mí. Lo que digo es tan cierto como el acero de mi espada…- Dashiell palpó su cadera y no encontró arma alguna-. ¿Y mi espada?
     Marie se agachó y la recogió del suelo.
     -Tomad caballero, aquí la tenéis. Ahora mejor será que vayáis a acostaros. La luna ilumina Mauban y necesitáis descansar.
     -De acuerdo- dijo tambaleándose mientras intentaba insertar la espada dentro de la vaina-. Me voy. Pero mañana cuando me levante seguiré sintiendo lo mismo por vos- dio varios pasos hacia la puerta de la cocina.
     La joven lo agarró del antebrazo y lo giró, guiándolo hacia las escaleras.
     -Mejor os acompaño. No desearía encontraros de mañana, durmiendo sobre los leños de la cocina.
     Llegaron a trompicones hasta los aposentos del caballero. Marie abrió la puerta con uno de los brazos del muchacho rodeando su hombro y con su cabeza sobre la de ella. Se disponía a entrarlo en el dormitorio cuando unos pasos de mujer resonaron tras ellos. Se volvieron.
     -¡Annette!- exclamó Dashiell sonriendo-. Ya estamos todos reunidos- dijo con una amplia sonrisa.
     -Ya lo veo- dijo la doncella, mirando fijamente a la cocinera y transformándose en rabia la compasión sentida por ella aquella misma tarde. Al parecer, la santurrona era más avispada de lo que parecía a simple vista.
     -Solo lo ayudaba a llegar al dormitorio- intentó excusarse la cocinera, temiendo que la doncella pensara que su hombre la engañaba.
     Annette se giró sin mediar palabra y desapareció en las penumbras al llegar al final del pasillo.
    




     -¿No ibais a agradecer su ayuda al apuesto Dashiell?- preguntó la princesa, tumbada ya en la cama, extrañada de la pronta vuelta de su doncella.
     -Un gorrión se me adelantó - dijo con rabia acordándose de las palabras del caballero.
     -Acompañadme pues en el lecho. No me vendría nada mal vuestro calor.
     Annette se sumergió entre las suaves sábanas de seda junto a su amada, uniendo sus cuerpos desnudos en un abrazo sensual.
     -¿Os notáis extraña?- acarició su vientre.
     -No, no siento nada raro. Quizá no esté encinta.
     -Si como me contasteis, el herrero y vos llegasteis juntos al clímax, no dudéis que lo estáis. Sabéis tan bien como yo que ésa es la única forma de quedarse preñada. Pero debemos ser pacientes, puesto que quizá sea pronto para sentir algo en vuestro interior- la abrazó con más intensidad, susurrándole al oído-. Yo os cuidaré, no os preocupéis Mi señora, pero mañana, sin falta, debéis acostaros, de nuevo, con el príncipe Antoine, para que cuando el retoño nazca, las cuentas sean exactas y ninguno de vuestros enemigos sospeche sobre su paternidad.
    

      Donatien se arrebujó más en la incómoda cama, sintiendo las pajas sobre las que yacía clavándosele por todo el cuerpo. Se hallaba destemplado a pesar de no ser una noche fría en exceso y buscó el cálido y protector abrazo de su madre, tumbada a su lado. Ella le besó con dulzura en la frente, revolvió sus cabellos y lo rodeó con su brazo, susurrándole un te quiero que llenó de paz al muchacho.
     A punto de caer en el regazo del sueño, el niño recordó las amenazas de aquel demonio al que impediría dañar a su madre o a su hermana mayor. Eran su familia, lo que más quería en el mundo. Las protegería del monstruo y de sus malas artes, aunque su propia vida se viera por ello en peligro.

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