-17-
Se despertó con un
dolor de cabeza espantoso y sin saber dónde se encontraba. Dashiell echó un
vistazo a su alrededor, bizqueando los ojos a causa de la luz solar que
penetraba por la pequeña y única ventana de sus aposentos. Sus aposentos.
Empezaba a recordar. La taberna, las enormes tetas de la puta, Marie, Annette…
La grandísima borrachera que lo había dejado fuera de combate. Se levantó de la
cama como pudo, agarrándose la cabeza que parecía a punto de reventar, y al ver
su polla colgando entre las piernas, intentó aclarar su mente para tratar de
comprender lo sucedido en su dormitorio la noche anterior.
Bastien volvió a
ponerse en marcha cuando apenas amanecía. Las sombras lo rodeaban, mientras los
débiles rayos de sol despuntaban ya
sobre los picos más altos de las montañas del este. Miró el bello paisaje que
iba vislumbrándose a su alrededor y pensó en Marjolaine, al tiempo que, distraído,
acariciaba las crines de su corcel. Cuánto hubiese disfrutado su amada de aquel
viaje, de las cimas nevadas, del verdor absoluto de los campos y de las laderas.
Desechó aquellas hermosas imágenes de su cabeza luchando contra las lágrimas.
Había tomado la firme decisión de seguir adelante, de no pensar en el
sufrimiento ocasionado y, en aquella nueva vida que había comenzado para él, no
había lugar para el pasado.
-Tenéis mal
aspecto, caballero- Annette se colocó con los brazos en jarra ante Dashiell,
quien guardaba la puerta de los aposentos del príncipe Antoine -. ¿Acaso no
habéis pasado buena noche?- le preguntó sarcástica.
-Ójala lo supiera-
el custodio resopló-, mas el alcohol hizo estragos en mí y apenas recuerdo
ciertos detalles.
La joven no ocultó
una amplia sonrisa.
-Siendo hombre
como sois, imagino vuestra preocupación al no saber si existe mujer
insatisfecha en palacio.
-Algo así resulta
improbable, por no decir imposible. Con o sin alcohol, jamás ha amanecido junto
a mí mujer descontenta.
-Que vos sepáis.
-¿Con ello queréis
insinuar, doncella, que a vos os desagradó?
-En absoluto, si
bien aquel día permanecisteis sobrio- le dio la espalda-. Es otra la que puede
arrepentirse de haber yacido junto a un hermoso caballero que ni siquiera la
recuerda.
El soldado se
colocó ante ella, impidiendo que partiera.
-¿Estuve con
Marie? ¿Nos visteis?
-¿Marie?
-La cocinera-
especificó él, azorado.
-Lo sé, el
gorrión- Annette hizo una pausa, enrabietada por la manera tan familiar de
pronunciar su nombre-. Junto a ella os hallé ante vuestros aposentos. Los
servicios que allí dentro os ofreciera, en cambio, los ignoro- alzó la voz
mientras se alejaba-. No obstante, podéis preguntárselo. Seguro la haréis
sentir dichosa.
Annette, enojada, bajó a la planta baja y salió
a la calle desechando de su cabeza la idea de pedirle a Dashiell que la
acompañara a Passan, puesto que en aquel momento, a pesar del cariño que le
profesaba, prefería mantenerlo fuera del alcance de su vista.
En el patio de
armas habló con el instructor, llamando éste a dos de los soldados que se
entrenaban con la espada. Les ordenó que la custodiaran hasta su destino y una
vez los caballos estuvieron ensillados, los tres se pusieron en marcha hacia la
casa del herrero.
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